viernes, 29 de julio de 2011

Las pseudosoluciones

Para la actual crisis económica se postulan con entusiasmo las recetas de austeridad, reducción del gasto público y flexibilización del mercado de trabajo. Da igual que la causa de la crisis no haya sido el desplifarro, que el gasto público haya aumentado precisamente para salvar a los bancos que causaron la crisis, y que uno de los países con el mercado laboral más flexible, EE.UU., aumentara primero, hasta finales de 2010, su desempleo sustancialmente, y ahora, en 2011, no consiga reducirlo significativamente, mientras que Alemania, con un mercado laboral mucho más rígido, registra pleno empleo.

¿Por qué entonces se predican soluciones que no solo no van a resolver la crisis, sino que la agravan? ¿Por qué ese empeño en recetar penicilina para la malaria (recordemos: se cura solamente con quinina, cloroquina o artemisina, según los casos)? Hay varias razones. La primera es el deseo de seguridad. Las personas necesitan creer que pueden hacer algo para controlar lo que les pasa. Por eso son tan vulnerables a la demagogia.

La segunda es el pensamiento por analogía. Cuando una persona tiene problemas económicos, suele ser porque gasta demasiado, o porque se queda en paro y no le alcanzan los ingresos. En ese caso, reducir sus gastos puede ser una buena manera de salir a flote. No es fácil ver que no se puede aplicar el mismo modelo a todo un país. Una economía nacional funciona de modo muy distinto a una economía doméstica. Si todos los actores de una economía nacional con falta de demanda reducen su consumo, empeoran la situación. Lo que debe hacer el Estado es endeudarse con mesura y estimular el consumo inteligentemente, de modo que la economía vuelva a crecer y sea posible pagar las deudas. Esto lo dijo Keynes hace casi ochenta años y lo está repitiendo Krugman en cada artículo, pero sigue sin calar.

Y la tercera razón de estos embaucadores de la opinión pública es sacarse el muerto de encima. No pagar por sus delitos. Recordemos cómo empezó todo: unos delincuentes vendieron como buenos productos financieros deleznables que envenenaron masivamente a los bancos. La falta de confianza, y el endeudamiento inmenso de los estados para salvar a los bancos restringieron el crédito, y numerosas economías se desplomaron, arrojando al desempleo a millones de personas. Cuando en España unos desaprensivos vendieron en 1981 aceite de colza para uso industrial como si fuera buen aceite de oliva, envenenando a miles de personas, fueron llevados ante la justicia. Los causantes del desastre en EE.UU. siguen impunes. A este respecto recomiendo el magnífico artículo de Krugman La imprudencia de las élites. Predicando que "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" o "deben sanearse las finanzas públicas", echan la culpa a otros factores y evitan su castigo.

Las agencias de calificación, los bancos y las aseguradoras tienen fuertes intereses en los medios de comunicación y numerosos economistas a su servicio. No es extraño que hayan conseguido imponer sus pseudosoluciones, que hayan descafeinado las reformas del sistema financiero propuestas en un primer momento y que los paraísos fiscales sigan campando por sus respetos. Pero los defensores de auténticas soluciones vamos a seguir insistiendo.

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