domingo, 12 de octubre de 2014

Evitar que la tenaza se cierre

Actualmente Europa se encuentra casi cercada: Libia se encuentra en guerra civil; en Egipto, militares golpistas han tomado el poder y están cometiendo graves violaciones de derechos humanos; entre Israel y Palestina continúa el conflicto, aunque afortunadamente en octubre de 2014 las armas callan y se prepara la reconstrucción tras varios meses en que Israel ha tratado de aplastarla militarmente; Siria vive otra guerra civil, todavía peor, y un grupúsculo surgido allí, el Estado Islámico, se está apoderando de extensas zonas de Irak y cometiendo toda clase de atrocidades. Para rematar la faena, Rusia se ha apoderado de Crimea, parte del territorio de otro país, Ucrania, y actualmente tropas separatistas combaten en el Este contra fuerzas gubernamentales.






Por si esto fuera poco, en el corazón de Europa, Francia, el ultraderechista Frente Nacional podría tomar el poder, y en el Reino Unido, su homólogo, el UKIP, podría conseguir que en el venidero referéndum este país dejara la Unión Europea.

Todos estos fenómenos tienen un origen común: la desconfianza de los ciudadanos en que sus respectivos estados cumplan sus deberes de garantizarles seguridad física y estabilidad económica. En cada país, sin embargo, esa desconfianza se ha sembrado por caminos diferentes: en Libia, porque quienes derribaron a Gadafi no han conseguido formar un gobierno unitario; en Egipto, por el comportamiento sectario de los islamistas cuando llegaron al poder por las urnas y el represor de la junta militar cuando lo tomó por la fuerza; en Siria, por la brutal represión de al Assad y la posterior deriva islamista de los rebeldes; y así podríamos seguir.

Europa y EE.UU. deben hacer todo lo posible para que estas guerras se vayan calmando. La primera razón debería ser evitar más muerte y sufrimiento de los heridos y los desplazados. También existe el riesgo de que se desborde alguno de estos conflictos regionales. Pero además es que la economía mundial no puede funcionar ni medio bien con esta incertidumbre e inestabilidad. Los dirigentes políticos y sus diplomacias están desbordados. Cada conflicto tiene unas características propias, y estudiarlo suficientemente para tomar las decisiones adecuadas lleva mucho tiempo, del que apenas se dispone. Además, luego hay que acordar las medidas en los foros internacionales, y las soluciones se eternizan mientras los problemas se agravan.

Considero que el envío de tropas pacificadoras no es la solución. Eso, quizá cuando las partes en conflicto alcancen un acuerdo, para facilitar que se respete. Pero mientras, las potencias occidentales deben llevar a cabo, para cada país desgarrado, una política basada en un apoyo decidido a aquel grupo, o grupos, de los que luchan, que se comprometa (y evidentemente, demuestre cumplir) los siguientes principios:

  • Libertad de información (el término "libertad de prensa" ya está anticuado, pero el sentido es ese).
  • Elecciones libres.
  • Gobiernos inclusivos (que no gobiernen contra una parte sustancial de la población, mujeres incluidas, aunque esa parte sea minoritaria; en Irak la mayoría chií ha gobernado contra la minoría suní hasta que se ha rebelado).
  • Respeto a los derechos humanos (nada de detenciones arbitrarias, ejecuciones sumarias, hostigamiento a los opositores, torturas o intimidación).
  • Respeto a las lenguas y culturas minoritarias.
  • Aparato judicial independiente del poder político.
  • Abolición de las leyes que permitan la ejecución o el encarcelamiento por motivos políticos.
  • Transparencia.
  • Abandono de prácticas corruptas.

Este apoyo se basaría en:
  • Reconocer a los grupos comprometidos como únicos interlocutores válidos para ese país.
  • Inversiones para un funcionamiento mínimo de las zonas que controla (hospitales de campaña, plantas potabilizadores, generadores eléctricos, escuelas, etc.).
  • Compromisos firmes para la reconstrucción y el relanzamiento económico del país una vez alcanzada la paz.
  • Zonas de exclusión aérea.
  • Inteligencia y entrenamiento militar.
  • Estorbo constante a las actividades de los grupos no comprometidos (embargos comerciales de sus zonas, imposibilidad para sus empresas de operar en Occidente, congelación de los bienes de los dirigentes...).
Todo esto es terriblemente complicado y, además, muy caro. Pero la alternativa (dejar que los conflictos se extiendan y agudicen hasta que nos sumerjan) lo es todavía más. 

12 comentarios:

  1. Cada vez más, los conflictos que enfrentamos, y los que lamentablemente parece que enfrentaremos en el futuro, se caracterizan por una asimetría muy descarnada entre sus repercusiones, que nos alcanzarán de lleno aunque nos abstengamos de involucrarnos en ellos, y nuestras posibilidades de actuación, que quedan mucho más allá de nuestras capacidades políticas o militares. Eso explica, sirva de ejemplo, que no sólo lamentemos el trágico destino de las minorías del norte de Irak sometidas a una brutal campaña de limpieza étnica por parte de los yihadistas del Estado Islámico, sino que en nuestro fuero interno lamentemos aún más saber que la eventual ayuda que les proporcionemos no restaurará el orden en la región. Armar a los kurdos o lanzar ataques aéreos contra los yihadistas son decisiones inevitables, pero no recompondrán el dividido y maltrecho Estado iraquí ni cimentarán un eventual proceso de paz en Siria.

    Las dificultades que experimentamos con el orden tienen su foco principal en el factor estatal. Por un lado tenemos Estados que se desordenan y por otro Estados que niegan el orden internacional y sus normas, es decir, que desordenan a los demás. Las amenazas que plantean así como sus motivaciones son muy distintas, pero confluyen en un único punto: el estrechamiento progresivo del orden liberal internacional vigente, un proceso que puede acabar en un estrangulamiento completo y la apertura de un periodo prolongado de anarquía y conflicto internacional.

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  2. Es importante no dejar que Libia se enfrente sola a un destino de desorden y violencia, lo que conducirá a la dominación del terrorismo en este Estado recién surgido tras una dictadura. La comunidad internacional tiene hoy delante solamente dos posibilidades: una es abandonar a Libia a su suerte, con el germen de una guerra que llevará a la extensión del terrorismo que será exportado a Europa. Si Libia o una parte de ella cae en manos de los extremistas, y éstos orientan su lucha contra Europa, el peligro se extenderá sin que nadie sepa qué fin tendrá. La segunda posibilidad es ayudar a Libia a levantar y reconstruir sus instituciones, formar sus cuadros y encontrar un modelo de Estado conveniente que garantice estabilidad y seguridad.

    De modo que se impone una pregunta: ¿qué medios empleará el Consejo de Seguridad de la ONU para aplicar su resolución? El desafío para la organización internacional y su representante en Libia es enorme: contribuir a la edificación de la segunda Libia, un Estado civil, seguro, estable y beneficioso para toda la región, Europa y, por qué no, el mundo. Un Estado cuyas condiciones permitan a los libios y sus socios aprovechar las importantes riquezas naturales —evaluadas en 40.000 millones de barriles de petróleo, que alcanzará los 50.000 millones o más, sin contar el gas y otras riquezas mineras— que son la razón por la cual los grupos extremistas, y sus patrocinadores, quieren apoderarse del país.

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  3. La paz duradera requiere otros tres ingredientes: ganar la batalla de las ideas, mejorar la administración de los asuntos públicos en los casos en que sea deficiente y apoyar el desarrollo humano de las bases.

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  4. ¿Vencer al Estado Islámico? Es necesario, pero, y eso es lo que hay que entender, imposible de conseguir desde el exterior, sobre todo viniendo de Occidente. En realidad, serán las fuerzas nacionales de los países víctimas de la agresión integrista las que, solas, puedan vencer de forma duradera este fenómeno aberrante, un producto, dicho sea de paso, de la política de EE UU y Reino Unido en la región. Para eso, hace falta proporcionarles los medios militares y económicos necesarios. El integrismo radical amenaza a todo Oriente Próximo. Hay que oponerle una réplica global que implique el compromiso de todas las potencias regionales: no solo Arabia Saudí y los Emiratos, sino también Rusia e Irán. Y comprender que el éxito de la intervención está condicionado por dos factores clave: la puesta en marcha de un auténtico plan de reparto de poder, en Irak mismo, entre suníes y chiíes, y una aclaración de la estrategia con respecto a Siria.

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  5. Cuando la política fracasa y da paso a la guerra fratricida, solo hay una salida y es hacer que todo el mundo entienda que nadie puede ganar y que la salvación ha de ser colectiva. Y solo hay un camino posible: convocar una especie de Loya Jirga a la que todos los protagonistas de esta revolución interminable deben ser invitados y a la que solo faltarán los enemigos de la paz y de Libia.

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  6. La ayuda al desarrollo, la lucha contra la sequía, la refundación del Estado... y la necesaria respuesta militar (sin seguridad no hay desarrollo ni Administraciones) son absolutamente necesarias.

    Pero al terrorismo no será derrotado solo con una acción militar sobre el terreno, sino que es mucho más importante combatirlo económicamente, cortando sus flujos financieros.


    Leer más: Crimen, terror y dinero - elEconomista.es http://www.eleconomista.es/interstitial/volver/228730102/firmas/noticias/6466138/02/15/CRIMEN-TERROR-Y-DINERO.html#Kku8J2nt3crlQU9F

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  7. España, por su posición como frontera inmediata con el mundo árabe, debe asumir un doble papel: por un lado, apoyar de forma bilateral y en foros multilaterales los esfuerzos de democratización en su vecindario meridional, y, por otro, preparar planes de contingencia en previsión de situaciones de inestabilidad que comprometan sus intereses y su seguridad. Ambas tareas deben ir en paralelo, sin primar a una en detrimento de la otra y evitando confundir la falta de apertura política con estabilidad. Para ello, se debe articular una política exterior hacia esa región que sea coherente y que contemple de forma clara sus objetivos, prioridades, recursos e instrumentos. Avanzar en el buen gobierno, aumentar la integración regional y desactivar las causas del malestar social deberían aparecer como tres ejes centrales de esa política.

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  8. La coalición creada para luchar contra el Estado Islámico (EI) tiene dificultades para lograr victorias: tan pronto como expulsan a los combatientes de una zona de Siria e Irak, estos se reagrupan y cambian el blanco de sus ataques.

    El EI está sobreviviendo y expandiéndose porque se alimenta de un potente cóctel de sentimientos antioccidentales muy arraigados, odio a los musulmanes chiíes y debilidad de los Estados que lo rodean. Ninguno de estos factores puede alterarse con una intervención militar exterior.

    ¿Cuáles son, pues, los parámetros realistas para que una estrategia militar contra el EI obtenga resultados? El primero es la paciencia; el problema no puede resolverse de la noche a la mañana, y debemos aceptar que pueden pasar años antes de que la ideología que proyectan muestre sus carencias y pierda su atractivo. El segundo es ser conscientes de que buscar y fomentar socios locales presentables y eficaces es fundamental. El tercero es comprender que por ahora, seguramente, Occidente puede hacer poco más que ofrecer su poder aéreo y proporcionar formación. Podemos indignarnos ante los atentados cometidos en nombre del Estado islámico en Túnez, Egipto, Kuwait y Francia, pero eso no debe impedirnos reconocer que, a largo plazo, este es un problema que no tiene una solución militar.

    Michael Stephens es investigador de Estudios sobre Oriente Próximo en RUSI (Royal United Services Institute)

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  9. Enfrentarse a todos estos conflictos superpuestos es una tarea de titanes porque los maleantes proliferan y no hay gendarmes. Excluido el envío de tropas, la estrategia debe centrarse en debilitar al Estado Islámico más que en intentar destruirlo, cosa que no parece posible a corto plazo (actualmente delega competencias para evitar ser descabezado). Pero es imperativo evitar que se extienda y para ello debemos apoyar a la resistencia laica en Siria, a los peshmergas kurdos en Irak, y la formación de un gobierno de concordia en Libia; favorecer un gobierno más inclusivo en Irak que no margine a los suníes; evitar que el Daesh venda petróleo para financiarse, mientras azuzamos sus diferencias con Al Qaeda para que nunca unan fuerzas; tenemos que dar la batalla en Internet y en las redes sociales (que estamos perdiendo) para que no sigan reclutando combatientes; y, finalmente, hay que fomentar la colaboración entre Arabia Saudí e Irán contra el Estado Islámico, que es su enemigo común.

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  10. Los bombardeos aéreos solo son útiles si hay una estrategia en tierra, sin esto son acciones reactivas que pueden aumentar el flujo de refugiados y la conflictividad en Europa. El problema fundamental es tener una estrategia política y militar que asegure destruir al EI o forzarlo a un acuerdo político. La única forma en que Occidente puede contar con infantería es a través de una política pragmática de alianzas regionales. Esto requiere pactar con todos aquellos que tengan motivos reales para combatir al EI, pero sin inventar ejércitos o guerrillas democráticas usando el dinero como factor de movilización. El fracaso del ejército iraquí frente al EI es un claro ejemplo de esto.

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  11. Omar Lamrani, analista militar de Stratfor, una empresa de inteligencia global, se graduó en la Academia Diplomática de Viena, donde se especializó en estrategia militar y en las guerras asimétricas.

    ¿Cuáles deben ser los objetivos principales de los países occidentales?

    En primer lugar, cortar la vía de aprovisionamiento de nuevos militantes a través de Turquía. En segundo, invertir en la formación del Ejército iraquí para que se convierta en una fuerza efectiva. Por último, y más a largo plazo, hay que cambiar el contexto político y social en Oriente Medio, favorecer una mayor libertad, una mejor educación, etc.

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  12. Mecanismos libios fiables de seguridad e inteligencia, combinados con una estrecha cooperación con las fuerzas de seguridad europeas e internacionales, serían esenciales para detener los atentados en suelo europeo.

    La unidad entre el Gobierno de Libia reconocido internacionalmente y el Ejército Nacional Libio (que, pese a este nombre, es realmente una organización militar independiente dirigida por Jalifa Haftar) sería el primer paso para una solución a largo plazo que terminara con la crisis libia y el terrorismo que propicia.

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