Muy probablemente ambas tendencias estén relacionadas: como el Daesh no dispone de soldados ni material suficiente para el campo de batalla, ordena atentados en los países coligados contra él. O bien los partidarios del Daesh, al conocer las derrotas, atacan lugares públicos de esos países.
El mayor peligro que suponen estos atentados es que se empleen como excusa para convertir democracias en regímenes autoritarios. La masacre de Orlando favorecerá las aspiraciones presidenciales de Donald Trump, que promete prohibir la entrada en EE.UU. a todos los musulmanes. Aunque en este caso no habría funcionado, porque el asesino era norteamericano.
Urge, por tanto, no digo reforzar, sino mejorar las medidas que se han tomado hasta ahora. Para luchar eficazmente contra el yihadismo no hay que examinar hasta el último calcetín de los viajeros aeroportuarios. Pero sí se deben tomar otras medidas:
- Bloquear el acceso a los sitios web yihadistas.
- Dificultar su funcionamiento con ataques de denegación de servicio o infección con virus.
- Hacer que no aparezcan en buscadores.
- Convertir en delito que una persona acceda a ellos, salvo si es policía.
- Impedir que los terroristas se financien con el sistema islámico de transferencias hawala, o infiltrar soplones en las redes para que informen de operaciones sospechosas, o recompensar generosamente a los denunciantes anónimos que aporten información.
- Impedir que, en las cárceles, los radicales radicalicen a pequeños delincuentes desideologizados (por ejemplo, cambiándolos de prisión, procurando que no coincidan en el patio, etc.).
- Crear centros de desradicalización de jóvenes y procurando su buen funcionamiento.
- Prohibir la financiación de confesiones religiosas por parte de Gobiernos extranjeros y, a la vez, facilitar que los fieles nacionales financien el culto (con desgravaciones fiscales generosas, por ejemplo).
- Procurar la colaboración de las asociaciones musulmanas moderadas (que son mayoritarias y las primeras perjudicadas por el yihadismo), tanto para denunciar a las personas que se puedan estar radicalizando, y "desprogramarlas", como para facilitar a sus jóvenes la igualdad de oportunidades, a la que tienen derecho como el resto de los ciudadanos.
- Reforzar (aquí sí) la lucha contra los paraísos fiscales.
- Controlar las armas. En los países donde la población general tiene prohibido llevarlas (que es, con mucho, lo mejor), asegurarse de que se cumple. No puede ser que en Francia sea más fácil conseguir un kaláshnikov que un caramelo. En EE.UU., donde siguen con su Segunda Enmienda así los maten (literalmente), impedir al menos que las personas sospechosas de vínculos con grupos terroristas o con expectativas de comportamiento violento (por violencia doméstica, amenazas públicas, etc.) accedan a ellas y registrar, con orden judicial, sus domicilios y vehículos de vez en cuando.