sábado, 17 de marzo de 2012

La banca popular

El problema de la banca son los directivos. Los de la banca privada, para aumentar los beneficios a corto plazo, asumen grandes riesgos que, en ocasiones, llevan al cierre de la entidad o a su rescate con fondos públicos. Los de la banca pública (estoy pensando en las cajas de ahorro españolas) la emplean como una herramienta política (por ejemplo, la Caja de Ahorros del Mediterráneo favoreció las inversiones de la Generalitat Valenciana), como una agencia de colocación de familiares o como un jugoso limón que hay que exprimir con millonarios sueldos y pensiones autofijados.


"Pero no puede haber una banca sin directivos" dirá alguien. "¿Quién decidiría sobre a quién prestar, cuánto y en qué condiciones?"

Pues ya la hay: las finanzas colaborativas, y más concretamente, las plataformas de Internet donde las empresas y los particulares se prestan entre sí:

Un miembro inversor decide cuánto quiere prestar, a qué interés, qué plazo e incluso qué tipo de inversión. Un miembro prestatario solo tiene que elegir entre las condiciones ofrecidas. No hay intermediarios, no hay oficinas, no hay servicios extra. Unos invierten dinero y reciben intereses; otros piden prestado y pagan sus cuotas.

Con el problema de crédito que tenemos en España creo que valdría la pena fomentar estas plataformas. Como el peligro que tienen estos sistemas es que los administradores de la web financiera se lleven el dinero, creo que el Estado español debería crear una. No tendría que poner dinero, solamente tener un conjunto de servidores, programarlos y protegerlos de los piratas. El mínimo gasto que ocasiona mantener el sistema informático se compensa más que sobradamente con los efectos beneficiosos en la economía.

Los prestamistas solo podrían ser personas físicas españolas; los prestatarios, autónomos al corriente con Hacienda y la Seguridad Social y sin pérdidas en los dos últimos años. Todas las operaciones se harían con DNI electrónico. Por eso la plataforma debe ser del Estado: es el único que puede comprobarlo todo de manera instantánea. Si la plataforma fuera privada, tendría que tener acceso a la base de datos de Hacienda o de la policía (para los DNI), lo cual no se puede permitir.

El dinero de cada prestamista se repartiría entre al menos veinte prestatarios para minimizar el riesgo de impago. El prestamista tendría la posibilidad de escoger los prestatarios a los que va a ir su dinero. 

No hay ningún riesgo para el Estado, puesto que realmente no presta un céntimo. El riesgo lo asumen los prestamistas. Por eso, la plataforma no puede quebrar. A diferencia de un banco, que es depositario del dinero, y que si le exigen más efectivo que el que tiene en caja puede quebrar (pánicos bancarios), a la plataforma de crédito no se le puede exigir dinero, porque no se deposita en la plataforma, sino que se presta directamente de los inversores a los autónomos.

No son necesarios, por tanto, ni el coeficiente de caja, ni la licencia bancaria, ni la supervisión por el banco central, ni emitir acciones, ni tener directivos, ni financiarse en el mercado interbancario, ni ninguna de esas otras pejigueras que lastran lo que debería ser una actividad casi natural: quien tiene dinero que no necesita en el momento lo presta a interés a quien puede ponerlo a funcionar en la economía.

Eso sí, opino que, en estas plataformas,  el Estado no debe nunca ni poner dinero (el Estado británico va a poner dinero en Zopa y Funding Circle) ni avalar el puesto por los inversores, ni conceder desgravaciones a los intereses obtenidos por los inversores. Porque la mejor forma de garantizar el funcionamiento de estas plataformas es que los inversores vigilen su propio dinero y decidan a quién se lo prestan. Si el Estado pone dinero, un funcionario decidirá a quién se presta un dinero que no es suyo. Si avala el puesto por particulares, estos serán menos cuidadosos. Y si ofrece desgravaciones, distorsionará la relación entre riesgo y tipo de interés. Por ejemplo, si los intereses de un depósito bancario soportan un impuesto del 21% y los de una plataforma de préstamos un impuesto de solo el 15%, podría darse el caso de que los inversores de estas plataformas solicitaran por su dinero intereses menores que la banca tradicional, lo cual es absurdo.

sábado, 10 de marzo de 2012

La pesca

El mundo se enfrenta a un grave problema de sobrepesca. Decenas de especies, como el atún rojo, están siendo esquilmadas más allá del punto en que pueden recuperarse naturalmente. Los pescadores de los países industrializados han de desplazarse cada vez más lejos, afectando, allí donde van, a la pesca artesanal local.


Así se pierden 100.000 empleos al año. Pero el problema va mucho más allá: además de condenar al hambre a poblaciones que viven de la pesca artesanal, nos arriesgamos a romper el frágil equilibrio ecológico de los océanos y provocar problemas imprevisibles (proliferación de algas al eliminarse a los peces que viven de ellas, reducción del oxígeno en el agua marina, aumento de especies molestas como las medusas...).

La Comisión Europea ha presentado su propuesta de financiación del sector para el período 2014-2020. Pero no es suficiente. De acuerdo con Miguel Ortega Cerdá, coordinador político de OCEAN2012 en España, sería necesario:

  1. Aumentar la financiación en algunos aspectos de gestión pública que resultan críticos para asegurar la viabilidad del conjunto del sector, tales como un mejor conocimiento científico, más recursos para mejorar la gestión pesquera (por ejemplo para apoyar la creación de áreas de cogestión pesquera o los planes plurianuales a través de los cuales se deberán gestionar las pesquerías), y mayor financiación para un mejor control de la pesca ilegal, no registrada y no deseada.
  2. Dejar de financiar directa o indirectamente las flotas en las que existe una sobrecapacidad.
  3. Distribuir más equitativamente los recursos públicos estableciendo límites máximos a la cantidad que pueda recibir cada armador.
Personalmente creo también imprescindible que la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, (o, en cada zona, un organismo regional equivalente, caso de existir) después de estudios científicos muy rigurosos, establezca las cantidades máximas de cada especie que cada año se pueden pescar en cada zona sin reducir más de un 30% el número de individuos del punto óptimo (aquel en el que la especie ya no podría crecer más por razones naturales, aunque dejara de pescarse).

La pesca ilegal debería ser severamente reprimida, con sanciones muy elevadas a los armadores y embargo comercial a los productos pesqueros de los países que no las apliquen.

Debería prohibirse directamente la pesca de especies cuyo consumo resulta peligroso por los metales pesados que acumulan (por ejemplo, el pez espada, o determinados tipos de atún). Evidentemente también habría que liberar a los océanos de basura y contaminantes, pero ése será el tema de otra entrada.

En cambio, debería potenciarse la acuicultura, tanto de agua salada como de agua dulce, distribuyéndola de forma extensa por las costas y los ríos, y procurando no sobrealimentar con nutrientes a los animales confinados, para evitar la contaminación de la zona.