miércoles, 13 de octubre de 2021

Cuidar la lengua

Se ha dicho siempre que debemos cuidar la lengua (ortografía, sintaxis, signos de puntuación, tildes, pronunciación, vocalización, entonación) por respeto a los demás hablantes. Esto es una tontería. ¿A quién falto al rezpeto si escribo incorrectamente esa palabra? Sin embargo existen otras razones, mucho más poderosas, que apenas se mencionan.


Prestigio personal: quien habla y escribe bien goza de buena consideración. Es tratado con más amabilidad. Si es varón, liga más en Tinder: muchas mujeres rechazan posibles candidatos en cuanto ven en sus textos más de una falta de ortografía. Esto no quiere decir caer en la pedantería (peinar el diccionario en busca de palabras raritas y soltarlas sin venir a cuento para que todo el mundo vea lo culto que soy) ni corregir a los demás. Que cada cual hable y escriba como quiera, pero teniendo en cuenta las consecuencias.

Alcance: un texto bien escrito y un vídeo bien locutado (la RAE reconoce este verbo) llegarán a mucha más gente, porque es probable que sus primeros destinatarios lo reenvíen a más personas.

Capacidad de convicción: como el 90 % de las personas piensan con palabras, un discurso bien hilvanado puede hacernos cambiar de opinión. De forma análoga a como un virus inserta su material genético en una de nuestras células y hace que fabrique copias del virus, un texto bien escrito acerca de un asunto sobre el que no teníamos opinión puede convertirse en nuestra opinión firme sobre ese asunto a partir de ese momento. Como se comprenderá, esto es muy peligroso: una persona malintencionada, pero con grandes dotes de oratoria, puede incendiar las mentes de miles de fanáticos. Es el caso de Hitler. Sin llegar a esos extremos, cuando queramos convencer es necesario hablar y escribir bien. Una manera fácil de detectar bulos es ver si están mal escritos.

Ejercicio mental: cuidar la lengua supone un esfuerzo. Este ejercicio es muy beneficioso para nuestras neuronas: las personas que hablan varios idiomas, o que aprenden otro en la madurez, tienen menos probabilidades de padecer demencias o alzhéimer en su ancianidad. Al mismo tiempo mantiene encendido un sistema de alarma ante posibles engaños, lo que en estos tiempos de información desbordada y noticias falsas nunca está de más.

Capacidad de expresión: para cuidar la lengua hay que conocerla bien, tanto su léxico como los matices de las diferentes posibilidades sintácticas. Cómo se expresa el desaliento, la esperanza, el distanciamiento con lo descrito, o todo lo contrario, la cercanía y la inmediatez. Hay palabras que son tesoros, como sindéresis (capacidad para juzgar rectamente) o conticinio (hora de la noche a la que todo queda en silencio). Puede satisfacer mucho llegar a ser como ese personaje de Sabina que «para hacer poesía solo tenía que mover los labios».

Inteligencia artificial: un lector humano entenderá sin problemas un texto mal escrito. Pero no así una máquina. O lo entenderá mal, con las posibles consecuencias negativas, o directamente no lo entenderá. Ya hablamos con máquinas, en los sistemas de atención telefónica, por ejemplo, o con Alexa o Siri. Vamos a tener que acostumbrarnos a hacerlo cada vez más. Asimismo, la información que los humanos vamos dejando en Internet, por ejemplo esta misma publicación, ya está siendo analizada por complejos algoritmos lingüísticos. Lo que no se entienda bien no entrará en el análisis y no tendrá influencia futura.

Beneficio económico: un entorno donde se hable bien crea confianza, lo que estimula la inversión y el empleo. Por otra parte el castellano, debido a la gran variedad de sus acentos que, sin embargo, simultanea con bastante unidad de comprensión, es muy adecuado para entrenar máquinas, en algunos casos más que el inglés. La gran amplitud del mercado puede atraer empresas y fomentar los proyectos innovadores.

Autocomprensión: cuanto mejor empleemos el idioma para expresar lo que queremos y lo que pensamos del mundo exterior, tanto más capaces seremos de comprender lo que nos pasa —por qué estamos preocupados, tristes, ansiosos, desalentados o rabiosos—, de manejarlo mejor e incluso de ponerle remedio.

«Tan poderosas son las palabras que gracias a ellas podemos manejar y apartar sufrimientos que de otro modo nos enloquecerían» Gene Wolfe